2 jul 2008

EL FAISAN



ArribaAbajoDijo sus secretos el faisán de oro:


en el gabinete mi blanco tesoro,


de sus claras risas el divino coro.



Las bellas figuras de los gobelinos,


los cristales llenos de aromados vinos,


las rosas francesas en los vasos chinos.



(Las rosas francesas, porque fue allá en Francia


donde en el retiro de la dulce estancia


esas frescas rosas dieron su fragancia.)



La cena esperaba. Quitadas las vendas,


iban mil amores de flechas tremendas


en aquella noche de Carnestolendas.



La careta negra se quitó la niña,


y tras el preludio de una alegre riña


apuró mi boca vino de su viña.



Vino de la viña de la boca loca,


que hace arder el beso, que el mordisco invoca,


¡oh los blancos dientes de la loca boca!



En su boca ardiente yo bebí los vinos,


y, pinzas rosadas, sus dedos divinos,


me dieron las fresas y los langostinos.



Yo la vestimenta de Pierrot tenía,


y aunque me alegraba y aunque me reía,


moraba en mi alma la melancolía.



La carnavalesca noche luminosa


dio a mi triste espíritu la mujer hermosa,


sus ojos de fuego, sus labios de rosa.



Y en el gabinete del café galante


ella se encontraba con su nuevo amante,


peregrino pálido de un país distante.



Llegaban los ecos de vagos cantares;


y se despedían de sus azahares


miles de purezas en los bulevares.



Y cuando el champaña me cantó su canto,


por una ventana vi que un negro manto


de nube, de Febo cubría el encanto.



Y dije a la amada de un día: -¿No viste


de pronto ponerse la noche tan triste?


¿Acaso la Reina de luz ya no existe?



Ella me miraba. Y el faisán cubierto de plumas de oro:


-«¡Pierrot! ¡Ten por cierto


que tu fiel amada, que la Luna ha muerto!»

Rubén Darío


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